Fernando Delgadillo

Fernando Delgadillo - Donde El Que Sabe Esconde lyrics

El belitre se adornaba,

pero a mi no me engañaba

cuando así acabó su canto.

Observé que no contaba mucho,

porque terminaba misteriosamente

cuando iba a decir qué sabía

y por evitar ser más largo,

cerraba la letanía.

-Otra vez dijo que sabe,

pero no ha dicho que cosa es lo que sabe

y que es tan largo

que no cabe en tanta prosa.

-Dije citando orgulloso,

con voz alta y bien templada,

mi crítica elaborada

a ese saber tan dudoso.

Y el rufián me estuvo viendo

desde distintas posturas

siempre contra la pared;

se me acercó cauteloso y exclamó:

-¡Otra vez usted!

Pensé que me conocía

y para salir del apuro

dije desconfiadamente:

-Vaya... no esté tan seguro.

Él me miró de reojo

y se acercó murmurando,

como el que recuerda un rostro

mientras va refunfuñando.

-Cara angosta, nariz larga,

el mismo, no cabe duda.

¿Cómo dijo lo que dijo

que entre la gente se escuda?-,

preguntó y yo repetí...

-Qué otra vez dice que sabe,

pero no ha dicho que es lo que sabe,

y que es tan largo

que no cupo en cierta prosa.

Digo, y para que me escuche

a modo de comentario,

criticando diestramente,

su saber... innecesario.

El granuja pegó un brinco

al recibir mi estocada,

más luego puso el semblante

de a quien no le asusta nada

y dijo distraídamente...

-Ya escuché su comentario

tonto, pero insatisfecho;

le aclararé algunas cosas

para su bien y provecho.

Como piense que el saber

se encierra en una tonada,

deja la clara impresión

de que no ha entendido nada;

no entiende lo que le dicen

y aún quiere que digan más.

Al mirar su absurdo caso

me permite recordar

el cuento de la oreja chica

que junto a la oreja larga

nunca aprecia lo que escucha,

por llorar lo que le falta.

Pero no se desanime,

sé de una forma segura

en que aprenda de mi ciencia

su necia cabeza dura.

Oigan el cuento que empieza

y que escuchen con atención

las jóvenes casaderas...

A una fiesta asistí yo,

donde el novio de la novia,

quiero decir, el marido

de la novia desposada,

era el hijo de un tío mío

de piel azul,

ni más, ni menos.

El tío tenía un castillito

que heredó de unos abuelos

que murieron hace mucho,

cuando él era principito.

Pero volviendo a la fiesta,

quiero decir

que invitado no asistí,

por vergüenza e hidalguía.

De tal suerte, me vestí

de malandrín, por bailar,

confundido con la plebe,

poco más de cuatro días

que se hubo de festejar.

Y de este modo el sinvergüenza,

recobrando la guitarra,

cantó la canción más necia

que ha escuchado aquel

que aprecia la música acompañada.

Y que con ademán gentil

le dedicó a las doncellas,

¡Sí!, Las bodas de Erefil,

para que aprendieran de ellas.

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